Yo podía volar, pero olvidé como hacerlo. Apenas recuerdo que lo hacía, y sé que el secreto estaba en la mente. Con la fuerza de mi voluntad, yo podía volar. Quizá me haya pasado como a Peter Pan, que he crecido y me he quedado sin polvo de hadas, pero la sensación de libertad que me queda, poder desplazarme en las tres direcciones del espacio, sin restricciones, sólo con desearlo, con mi mente, sé que es agotador pero el esfuerzo vale la pena. La sensación de vértigo cuando desde bien arriba dejas descansar tu mente y entonces la gravedad actúa sobre ti, vas acelerando poco a poco, miras hacia abajo y notas como se acerca el suelo cada vez más rápidamente, ¿qué pasaría si llegara a tocarlo a esta velocidad?, solo de pensarlo me entran escalofríos, sin embargo aún estoy cayendo, no he hecho nada por remediarlo, pero es fácil, piensa hacia donde quieres desplazarte, un esfuerzo más y ya lo tienes. Ahora sigue tu camino, siente el aire en la cara, el sol en la espalda y disfruta de lo que te rodea.
A lo lejos veo un gran macizo, que decido explorar atraído por sus picos escarpados y el suave tono marrón claro terroso que le brinda el sol, adornado con algunos matorrales y árboles de un verde intenso que insinúan que no es tan yermo el entorno como pueda parecer desde la distancia. Poco a poco me he ido acercando y se puede ver una gruta en la empinada pared a una altura de 70 u 80 metros sobre el suelo, en la que quepo de pie perfectamente ¡qué mejor sitio para empezar a mirar!.
Avanzo por la caverna en la que circula una corriente de aire fresco y veo una luz brillante a lo lejos, en la cual no puedo centrarme, ya que bastante tengo con no caerme al andar por este suelo pedregoso y poco organizado para el tránsito, pero voy acercándome y veo la luz al final del túnel. Una luz cálida, de color dorado, y justo al final del túnel descubro que es como una fina cortina dorada, una cascada de luz brillante, como si de un cuento se tratara, que desciende desde el techo y que debo atravesar para pasar al otro lado. Ciertamente me siento atraído por lo que veo a través de la cascada, es como una especie de paraíso natural con vegetación, agua, vida. Quiero conocerlo, he llegado hasta aquí y siento una gran curiosidad por saber que me ofrece el otro lado, así que decido atravesar la cortina, que rocía mi cuerpo suavemente, me relaja, me trae una sensación de calidez y sosiego que rara vez he podido vivir antes.
De pronto, nada más me importa porque tengo una paz interior que ilumina mis sentidos, he comprendido la verdad que siempre ha estado rodeándome y que nunca he querido aceptar, ahora lo sé, ¡soy feliz! Pero como transmitir esa felicidad que siento al resto del mundo, necesito hacerlo, ya que, de lo contrario, no llegaría a ser totalmente feliz. Tengo que volver y contar que he visto, que he sentido, que he vivido. Vuelvo a cruzar mi fina cortina dorada y estoy en la gruta, pero ya no siento lo mismo, esa energía inagotable, ese ánimo infinito, esa positividad total y ese sentimiento de conocerme profundamente que me aportaba la calma interior; ya no puedo decirle al mundo que soy feliz, porque la felicidad está al otro lado de la cortina, se queda allí, me deja tocarla si entro, pero no quiere venir conmigo, me dice que si quiero ser feliz tengo que serlo allí, me dice que no hay otro camino y que el precio a pagar no es alto para la recompensa que se recibe a cambio.
Sin embargo, tras mucho dudar, pues una vez has probado la felicidad te enganchas cual droga dura, decido marcharme. Deshago mis pasos por la gruta hasta llegar a la escarpada pared donde vuelvo a sentir el viento en mis mejillas y eso me alivia, pero yo sabía volar y ahora he olvidado cómo hacerlo, no puedo escapar… ¡estoy condenado a morir o ser feliz por el resto de mi vida!.
A.J.E.