Llega el atardecer y se entremezclan los tonos dorados, rojos y marrones. La fina capa de polución embellece el horizonte, pero finalmente el sol desaparece tras una colina y comienzan a dejarse ver las primeras estrellas.
¡Por fin es de noche! Y, cuando esto ocurre, las cosas que hacemos cambian, las cosas que pensamos también; es tiempo para otras cosas.
La noche es tiempo para escuchar: Sentado en un banco en la penumbra se acercaban unos pasos ligeros, firmes y esmerados que en el mismo momento que notaron mi presencia y, por unos breves instantes, modifican su rutina, para luego volver a su ritmo habitual. Poco a poco escuchaba como se iban alejando hasta que se silenció todo de nuevo, ¡que gran sonido el silencio!.
La noche es tiempo para liarla parda y cerrar bares: Toda la semana sobre mis hombros y por fin es sábado por la noche. Me pongo mi traje de combate, las pinturas de guerra y me voy a la zona cero, donde hemos quedado. Dispuestos a quemar la ciudad, empezamos nuestra andadura, y sólo una premisa en mente: sólo el sol nos dirá cuando retirarnos, nunca retroceder, nunca rendirse. Así pasan las horas, así se vacían los vasos y cuando nos tiran de un sitio nos vamos a otro a continuar.
La noche es tiempo para relajarse: Me miro al espejo tras un duro día y mi cara refleja cansancio pero también tristeza y las amplias ojeras que veo así lo confirman. Decido pues, tomar un baño, necesito relajarme y no recuerdo cuando fue la última vez que tomé uno. Pongo velas de té rodeando la bañera, pongo música tranquila que me ayude a estar tranquilo y relajado y enciendo una barrita de incienso para conseguir ese ambiente que busco.
La noche es tiempo para echar un quiqui: Entro en la bañera con el agua caliente y empiezo a sentir, por fin, como mis músculos dejan de estar tensos. Recurro a ese bote con sales de baño que alguien nos regaló y nunca uso ¡me siento bien!. Al rato una figura estilizada aprovechando la penumbra y moviéndose tras las lucecillas de las velas, me pide silencio y me emplaza a que no me mueva. Me convence sin esfuerzo, sólo con acariciar mi hombro y besar mis labios, después… ¡bendita noche!.
La noche es tiempo para hacer cosas ilegales: ¡odio! Eso es lo que siento, maldito vecino que lleva tres años fastidiándome, y por fin he decidido pagarle con su propia moneda, aunque mañana esté muerto de sueño. Espero hasta las dos de la mañana y salgo a la calle buscando con la mirada a alguien que me pueda delatar y como no veo a nadie me acerco a su coche, que compró hace un mes. Saco las cuatro piedrecitas que había cogido antes y quito los tapones de las válvulas de aire de las ruedas, pongo las piedrecitas y enrosco levemente los tapones hasta que escucho el sonido continuo del aire que escapa de los neumáticos. Mañana, me gustaría ver su cara cuando descubra las cuatro ruedas deshinchadas.
La noche es tiempo para matar: Sigo temblando y apenas puedo dejar de temblar, cada vez que miro mis manos me bloqueo, creo que debería cortármelas, porque no puedo soportar su visión.
Piensa, intenta dominarte, sólo manteniendo la cabeza fría saldré de esta. Recuerda bien que ha pasado y corrige cualquier error. Lo esperé oculto en el callejón y cuando lo vi acercarse, le pedí fuego mientras simulaba que no podía encender el cigarro para ocultar mi cara y que no me reconociera. Mientras buscaba su mechero, saqué mi navaja y se la clavé hasta cinco veces en el costado. No puedo olvidar sus ojos de angustia, de sorpresa y que me preguntaban ¿por qué?. Después salí corriendo, me limpié las manos y la navaja, la dejé… junto al cadáver… ¡ahora la policía la tiene!.
La noche es tiempo para callejear: Perfecta noche de primavera, despejada, fresca, con aroma a jazmín. Decido, vistas las circunstancias, pasear por las calles. Siempre buscó calles pequeñas, con jardines, donde encuentro cosas curiosas como plantas, flores, dibujos, gente, animales… A veces descubro a los jóvenes besándose y recuerdo cando yo lo era. Sin embargo, necesito mi bastón para caminar ¡muchos años han soportado ya mis piernas!. Mi vista cansada aun distingue a lo lejos una figura que camina extrañamente, que cuanto más se acerca más destalles descubro. Su respiración es muy fuerte, empieza a gruñirme, como un perro, pero es una persona cubierta de pelo y los ojos inyectados en sangre. Soy demasiado viejo para tener miedo y demasiado anciano para correr, así que, sólo me queda contemplar como salta sobre mí.
La noche es tiempo para convertirse en hombre lobo: “La belleza del lobo”. He recibido un paquete con una pequeña botella con un líquido de aspecto lechoso y una etiqueta pegada que sólo dice “La belleza del lobo”. Y aquí estoy como cada noche yo solo, y me pregunto quién puede haber mandado esto. La verdad es que no huele mal, es más, tiene un aroma agradable a almendras tiernas y nuez moscada, creo que probaré su sabor. Es dulce, es fresco, es adictivo, sólo quería probarla y sin darme cuenta me he tomado toda la botella.
De repente, noto como mi respiración se acelera y siento en mi pituitaria todos los aromas que me rodean más intensamente. Empiezo a volverme loco de ira, y al mirar mis brazos, los veo llenos de pelo. Salgo a la calle para escapar de lo que me está pasando, pero sólo consigo dejar de ser dueño de mis actos. A lo lejos veo un odioso anciano con un bastón…
La noche es tiempo para pintar paredes: Desde hace años me han encantado los grafitis, desde que era pequeña y leía aquellas revistas de hip hop. Hoy, por fin, voy a hacer mi primer grafiti, yo sola, me daría vergüenza que me vieran hacerlo mal. Ya se que no está bien pintar paredes, pero he encontrado una por las afueras que es pública, de un muro de contención.
Camino tranquila pero con paso firme con mi mochila y de pronto, veo una figura sentada en un banco en la oscuridad de la noche, totalmente en silencio; me asusta, y creo que sea dado cuenta de ello, ¿qué pasará por su cabeza?. Cuando por fin llego al muro, descubro con frustración, que alguien se ha adelantado y mi hueco está ocupado, así que sólo escribí con el espray negro “game over”.
Dedicado a los colaboradores que me ayudaron a crear este relato: Jose Alberto, María, Víctor, Rafa, Yesica, Ali y David